Ayer charlábamos con mi vieja, para entretenernos un rato, recordando familiares y amigos de mi infancia. Debo aclarar que mi infancia fue a mediados del siglo pasado. Ya no había dinosaurios y la tierra estaba tibia nomas.
Uno de los primeros recuerdos era que todos los fines de semana, nos embarcábamos a la aventura. La aventura de ir a Caseros, o San Miguel, o rumbiar para zona Norte; Olivos, La Lucila o hasta Garin!!! Por esos lares vivían parientes y/o amistades. Viajes de un par de horas en un par de colectivos, o tren o ambos.
Los «tanos» eran obviamente de Caseros. Los queridos tanos; la tía Carmelina, Anunzziata, tío Donatto, el tío Antonio, Roque, la tia Marietta, Anita, Nevelino….que gente buena, por favor. Todos y cada uno fueron caricias de mi infancia. Los quería y me daba cuenta que ellos me querían a mi. Cada uno me regalaba momentos y anécdotas que hicieron de mi infancia una maravillosa experiencia.
La tia Carmelina era hermosa, bajita, menudita, de tez muy morena (mezcla de moros), bellos ojos verde claro, con muchos cabellos renegridos y plateados por la edad. Era linda de ver, pero era mas linda cuando cocinaba fussili amasados con un fierrito y estofado de conejo. Creo que hacia las mejores pizzas. Masa alta, llena de ojos y sabor a olivas. Apenas con un poco de salsa por encima y orégano. La simpleza de lo perfecto. Eran simples y obsequiaban su simpleza.
Su esposo era el bonachón tío Antonio. Hablaba un italiano muy atravesado normalmente y con unas copas ya era un dialecto maravilloso. Su risa despejaba las nubes. Era puro corazón, alegría y trabajo. Regordete de media altura, trigueño, con ojos y pelo negro. Un tipo común a simple vista, pero cuando comenzaba a hablar y reír pasaba a ser el protagonista de todo. Irradiaba felicidad.
En una casita al fondo de donde vivian Carmelina y Antonio, vivian Anunzziata y Roque. Un matrimonio de italianos que alquilaban allí, pero que eran como de la familia. A tal punto que mis viejos salieron de padrinos de sus hijos. Acotación al margen: para salir de padrinos, mis viejos tuvieron que casarse por Iglesia ya que no lo habían hecho hasta entonces. Lo amplio un poco: un rato antes de la ceremonia del bautismo, con la iglesia llena de parientes, el cura le pide a mis viejos la libreta de casamiento. Le dan la libreta del Civil y entonces se pudre todo. Llegan a un acuerdo: el cura les permite ser padrinos con la formal promesa de mis viejos de casarse por Iglesia en la semana próxima. Desde luego, se casan mis viejos y le llevan al cura la Libreta para demostrar que cumplieron y para agradecerle por lo que hizo. Yo tendría unos 6 u 7 años y recuerdo estar sentado en un banco de la Iglesia, presenciando el casamiento de mis viejos jaja.
Así eran las cosas en ese entonces. Bastaba una promesa y se cumplía con la palabra.